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Vuelve la crisis de los alimentos (III): ganadores y perdedores. Oportunidades



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Para concluir mi análisis de la crisis de los alimentos, hay que determinar como en toda crisis quiénes han ganado y perdido con ella y cómo pese a ser una posible oportunidad para el enriquecimiento de los agricultores de los países más pobres, esto no ha sido así.

En primer lugar, en la primera crisis, al mismo tiempo que se produjo el aumento en los precios de los alimentos se produjo una depreciación del dólar, produciéndose un efecto asimétrico en función del tipo de cambio. Países con una moneda fuerte respecto del dólar compensaron el aumento del precio con un tipo de cambio más favorable. Este sería el caso de la Unión Europea con el Euro (además de un proteccionismo de la agricultura a través de la PAC). Países con una moneda débil con respecto al dólar o anclada al dólar sufrieron un mayor impacto. En la actual, el dólar se ha revalorizado, ayudando a reducir el impacto sobre dichas economías.

En segundo lugar, países con reservas de petróleo y exportadores de alimentos se ven altamente beneficiados, como Argentina o Brasil, pues el alza del precio de ambos significa un aumento en los beneficios. También países que exportan una gran cantidad de cereales, como Australia o Nueva Zelanda, se ven favorecidos por esta situación. En el otro lado de la balanza, países altamente dependientes de las importaciones de alimentos resultan fuertemente perjudicados, puesto que el coste de las importaciones genera desequilibrios negativos en la balanza de pagos, que deberá de ser compensado vía aumento (reducción) de exportaciones (importaciones) de otros productos o vía endeudamiento exterior.

Del mismo modo, aquellos países productores de biocombustibles, principalmente Estados Unidos y Brasil, se benefician del aumento de los precios del petróleo para  aumentar su producción de etanol. Puesto que la producción se concentra en pocos países y el coste de producción es elevado, generó mayores diferencias con los países menos desarrollados.

Por último, el efecto más negativo se produjo, lógicamente, sobre la población mundial más pobre, que dedica al menos un 50% de su presupuesto en alimentación según datos de la FAO. Es por ello que el aumento de los precios de los alimentos hizo cambiar sus patrones de consumo, destinando una mayor parte de la renta a la compra de alimentos o produciendo variaciones en la dieta, reduciendo la ingesta de alimentos, generando mayor hambre y pobreza. También genera un aumento de la inflación, que de nuevo afectó a los países menos desarrollados, pues el peso de los alimentos sobre la cesta de consumo es mayor que en países desarrollados.
¿Significa una oportunidad para los agricultores pobres?

En principio, los altos precios de los alimentos deberían haber generado beneficios a los agricultores, haciendo que estos aumentasen su producción para responder al incremento de la demanda y, con ello, obtener mayores beneficios. Sin embargo, el aumento en los precios ha beneficiado a los grandes tenedores de tierra, pues pueden adaptar más fácilmente su producción, beneficiándose de economías de escala. Esto sucede en los grandes productores agrícolas, como Estados Unidos, donde las grandes extensiones de terreno cultivable, unido a la elevada mecanización y productividad, hacen que sea más fácil aumentar la producción en un escenario de aumento de los precios de los alimentos. 

El minifundismo predominante en los países menos desarrollados hace que su adaptación sea más lenta y difícil, además de que parte de la producción se dedica exclusivamente a autoconsumo. A pesar del crecimiento de los precios, en 2008 la producción de cereales en los países menos desarrollados apenas aumentó un 1% y la producción disminuyó en muchos de ellos. Debido a la coyuntura, los costes de producción aumentaron, con el aumento del precio de fertilizantes y del petróleo, y al ser precios internacionales en dólares, si la moneda del país es débil, los costes aumentan en mayor proporción, influyendo asimismo en los costes de transporte de manera negativa. 

Estructuralmente, la agricultura en países menos desarrollados es menos productiva que en el resto de economías, pues su mecanización es baja y rudimentaria y su inversión escasa, siendo por ello menos capaz de reaccionar ante aumentos en la demanda en el corto-medio plazo. A largo plazo si es posible que aumente la producción, pues la nueva tendencia creciente de los precios puede hacer más atractiva la inversión en agricultura.

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